Cuando comencé a planear cómo iban a ser mis vacaciones de finales del 2015, solo una cosa tenía clara: quería irme de voluntaria; no me importaba la ciudad, el país o el clima.

Solo quería – como suelo llamarlo- aportar mi granito de arena en algún lugar del mundo. Llevaba un año ahorrando para mi intercambio, estuve cerca de un  mes y medio buscando y aplicando a proyectos en Bolivia, Perú y México; y finalmente encontré un proyecto con niños de escasos recursos que estudiaban en la escuelita de una fundación en Ciudad de México. El 20 de noviembre aterrice en Ciudad de México y desde el primer momento me sentí “como en casa”. Los mexicanos tienen un corazón enorme, que te cobija desde que te topas con ellos.

Mi experiencia en Ciudad de México fue de constante aprendizaje, es un país con una riqueza cultural que uno no se alcanza a imaginar. Por donde vas encuentras museos (muchos de ellos gratuitos ciertos días de la semana o a precios muy bajos), iglesias y calles llenas de historia, por ejemplo, cuando visitas El Zócalo, como se le conoce al centro de Ciudad de México , puedes tardar horas y horas recorriendo las calles y los sitios de interés que allí encuentras, y aun así, cada que regresas descubres un lugar nuevo.

México es un país  lleno de cosas por hacer y lugares por conocer: cuenta con más de 15 zonas arqueológicas; en 2016 la capital mexicana con más de 150 museos fue reconocida como la segunda con más museos en todo el mundo; también encontrarás los llamados pueblos mágicos, que son localidades con atributos simbólicos, históricos y con hechos trascendentales tan importantes que son visitados concurridamente tanto por mexicanos como por turistas y cuenta con festividades tan reconocidas como la del 5 de mayo o la fiesta de los muertos.

Pero el verdadero aprendizaje viene cuando empiezas a relacionarte con las personas a tu alrededor, y aprendes de ellos, de sus historias, de sus vidas diarias, de su cultura. Mi aprendizaje  comenzó trabajando en la escuelita de la fundación Todos Ayudando Unidos, ubicada en un barrio a las afueras de la ciudad, en el cual solo podían tener agua potable cuando un carro tanque los abastecía una vez por semana; allí trabajé con niños que estaban entre los 3 y los 5 años, mi labor era enseñarles los colores, los números o incluso las letras del abecedario, pero con el paso de los días me di cuenta que lo más importante era enseñarles cosas que aunque a mí me parecían básicas como dar las gracias o saludar, para ellos no eran usuales.

Solo cuando puedes ser consciente de todas las necesidades que tienen otras personas, puedes realmente agradecer por todas las comodidades y beneficios que tú tienes. Trabaje con niños llenos de amor y dulzura, inquietos, queriendo correr y saltar siempre; pero también, niños que muchas veces llegaban sin desayuno, niños con zapatos llenos de huecos y sudaderas rotas; niños que me enseñaron que los granitos de arena van llenando la bolsa, poquito a poquito, pero la van llenando.

Esta experiencia me regaló la oportunidad de vivir con la mejor familia global, que pasaron de ser las personas con las que viví y me acogieron por dos meses, a ser mi familia mexicana como suelo llamarlos. Me enseñaron el verdadero significado de la solidaridad y de ayudar a quienes más te necesiten. Algo que me sorprendió de los mexicanos fue su capacidad de dar sin esperar nada a cambio, como cuando había peregrinaciones y las personas salían en sus camionetas a regalar naranjas a quienes iban caminando hacia las principales iglesias para que no se deshidrataron o cuando fue navidad y algunos grupos de jóvenes y de actores regalaron juguetes a los niños de la escuelita, además de llevarles recreación y comida.

Cuando me preguntan por mi intercambio en México, lo defino como la mejor experiencia como voluntaria que he tenido en mi vida, como los dos meses en los cuales más crecí personalmente, como mi experiencia en el país más cultural y lleno de rinconcitos lindos; en definitiva, volvería a México y volvería a la escuelita sin pensarlo dos veces.

Podemos contarte todos los sabores ritmos y colores pero te invito a que lo veas por ti mismo siendo voluntario, toma una experiencia internacional con nosotros:

                                                     

 

Valeria Villamizar
A mi corta edad he aprendido que cada mañana trae su misión y cada noche su lección, pero a veces me gusta quedarme en un atardecer, desafiar la rutina y atravesar nubes, montañas y océanos, sentirme ignorante y curiosa ante lo diferente. Una libreta para plasmar mis pensamientos, una cámara para fotografiar el instante de la eternidad y un separador para no olvidar mis sueños.

Instagram: @11vavi.